La dependencia en su mas amplio
sentido, como alimento básico de la existencia tanto física como espiritual, nos
hace distintos de otros animales. Los vínculos humanos son el
relajante muscular de la conciencia: el artista necesita el aplauso de su
público, el cocinero la aprobación del comensal, el payaso la sonrisa del niño
y el poeta la comprensión del lector. Somos aves con alas de plomo
imaginarias, volando a ninguno y a todos los lugares a la vez, uno levanta los
pies del suelo y viaja miles de kilómetros en busca del olvido presente, pero
siempre con miras de una aceptación futura.
Bandadas de pájaros surcan cada
día el cielo, quizás en busca de una acequia donde aliviar su sed, o quizás
algún bosque donde comer frutos rojos, o quizás simplemente volar por volar, ¿quien sabe?; cuando el aletear de
uno de ellos, golpea contra el cristal de un coche y se estampa fulminado en el asfalto igual que
un meteorito caído del cielo. El resto de la bandada continua fugaz, sin pensar
un segundo en la muerte de su compañero. Nosotros los humanos, nos pasamos
varios días en una sala repleta de flores, llorando la muerte de un ser querido.
Tardamos meses, quizás años en volver a echar el vuelo. Nos hacemos esclavos
del pasado y solo somos capaces de llorar el presente, inundando de
incertidumbre el futuro.
Unas alas no son siempre el apremio del mas libre de los vuelos , sino ser capaz de atravesar esa frontera
imaginaria, con la que se topa en ocasiones la conciencia y nos hunde hasta el
subsuelo.
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