La fe en política también mueve montañas y eso no estaría mal: volver a una educación
altruista de la política, adjunta al ser humano. Abogo por un Estado ordenado,
si, y acotado por todo el amor que sea capaz
de mover muchos Himalayas,
servicios públicos de diez basados en una justicia de diez. Es amor a posarme como un pájaro en mi
lado de la balanza, poder mirar al otro lado, y verte a la misma altura habiendo luchado lo
mismo, aunque fuera en distintas
condiciones. Una política racional hecha
con amor evitaría males mayores y excesivas dosis de caridad. El compromiso del
que hablo está muy por encima de militancias y partidos, es mucho más que leer un periódico
de uno u otro bando y quedarse tan solo con un titular blandengue que solo sirva
para argumentar miedos. No se trata de un sentimiento de desobediencia y si de
solidaridad, más allá de favores de
proximidad, familia, sociedad mundana, religiones controvertidas o ejércitos de soldados con corazón de bolsillo. Es un compromiso político basado en el amor, capaz de padecer un poquito
de los demás y no quedarse a la deriva en quema alguna. Sin amor la política se
convierte en algo hueco, una lucha de poderes y manejos. Las dictaduras son
indignas. Las democracias carecen de pudor. Cuesta mucho menos viajar en una
patera con mujeres que con hombres solos, por el alto riesgo que hay de que la
embarcación vuelque debido al bamboleo durante las violaciones ,y esto es mi Estado:
una patera llena de violadores.
Inspirado en la novela No me cuentes tu vida (Luis García Montero).
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